LAS ORQUESTAS DEL TANGO

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LAS ORQUESTAS DEL TANGO

Un papel fundamental en el tango es el que juegan las orquestas u orquestas típicas. En el caso de Argentina y Uruguay, las primeras orquestas tangueras fueron evolucionando de acuerdo con sus necesidades, pero en general se componían, en principio, de guitarra, flauta y violín. Luego el violín dio paso al bandoneón. También se utilizó el término “Orquesta típica criolla”, dado por el bandoneonista Vicente Greco en los primeros años del tango. Más adelante fueron incorporados otros instrumentos, llegándose a contar juntos guitarra, flauta, violín, bandoneón, piano, viola, contrabajo y violonchelo. Astor Piazzolla incorporó la guitarra eléctrica. Además de las grandes orquestas han existido —y existen— cuartetos, sextetos y octetos.

En un principio, los músicos iban tocando bodegón por bodegón, pues principalmente se tocaba en los arrabales y prostíbulos, sin partitura ni organización musical, simplemente se tocaba, digamos, de corazón, de memoria. Los músicos iban, como se decía, “rodando”, razón por la que era imposible usar el piano, que obviamente no es un instrumento portátil. Uno de los primeros cuartetos de principios del siglo XX estuvo formado por destacados músicos: Vicente Greco, Francisco Canaro, Prudencio Aragón y Vicente Pecci.

Entre las orquestas típica de mayor fama podemos contar las de Francisco Canaro, Hugo Di Carlo, Juan D’Arienzo, Alfredo de Ángelis, Miguel Caló, Mariano Mores, Osvaldo Pugliese, Ricardo Tanturi, Aníbal Troilo, Horacio Salgán. Y entre los octetos el más famoso fue, sin duda, el de Astor Piazzolla. Hoy el tango se ha diversificado y diferentes grupos imponen su sello melódico. Podemos escuchar incluso tangos en versión rock, lo que no quita que las versiones de las orquestas típicas sea las más aplaudidas por el público tanguero.

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EDMUNDO RIVERO Y ROBERTO GOYENECHE, DOS LEYENDAS

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EDMUNDO RIVERO Y ROBERTO GOYENECHE, DOS LEYENDAS

En la foto: De izquierda a derecha, Roberto Goyeneche (1926-1994) y Edmundo Rivero (1911-1986). 

Edmundo Rivero (1911-1986) y Roberto Goyeneche (1926-1994), son dos de los cantantes más significativos de la historia del tango, tanto por sus modos escénicos como por sus peculiares voces y estilos de interpretación. Cada uno dejó su sello personal en tangos que en sus voces alcanzaban la máxima expresión. Ambos trabajaron con grandes músicos y directores, entre ellos Horacio Salgán, Astor Piazzolla y Aníbal Troilo, manteniendo con este último un vínculo muy especial. Con Troilo (“Pichuco”) Rivero (el “Gaucho”) y Goyeneche (el “Polaco”) conquistaron grandes éxitos. Sobre esta relación, Eduardo Berti, ha señalado en la versión online de  revista Caras y Caretas: “El nivel de los cantores de Troilo es siempre muy alto, pero ellos dos llegan a conquistar un estatus mayor. En cuanto se habla del posible heredero de Gardel aparecen, casi siempre, los apellidos de Rivero y Goyeneche” (…) “Goyeneche es símbolo de porteñidad. Rivero es lunfa, reo, barrial, pero también un “cantor nacional” (…) “Troilo, al tomar a Rivero, hace que el tango adopte a un cantor que parte del público tanguero no estaba dispuesto a recibir. El gesto osado de fichar a ese cantor con fama de feo y con voz muy grave marca un antes y un después en la noción de vocalista de tango. Con Rivero, recluta a un cantor nada típico para una típica. Alguien que es, además, guitarrista, letrista y compositor” (…) “Rivero es el cantor que corona la década del 40 de Troilo. Goyeneche, el cantor que sobresale en la década del 50 de Troilo. Rivero y Goyeneche versionan los tangos con tanta identidad que luego de sus versiones sus colegas de canto hacen un paréntesis de impotencia y admiración. Homero Expósito le decía al Polaco: “No me cantés más tangos así, tan bien, poniendo los puntos, las comas y los silencios, porque después nadie más me los interpreta”. Rivero fascina más a los tradicionalistas; Goyeneche, a los progresivos y a los jóvenes”.

Grandes voces que compartieron, y continúan haciéndolo, el afecto de los amantes del tango, cada uno en su propia expresión, porque más allá de si uno u otro fue mejor, asunto por lo demás inconducente, han sido parte de la expresión máxima del tango. Voces inolvidables que no cesan de cantar.

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PIAZZOLLA Y LA RENOVACIÓN DEL TANGO

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PIAZZOLLA Y LA RENOVACIÓN DEL TANGO

Astor Piazzolla

Piazzolla y Goyeneche

La aparición del músico y bandoneonista Astor Piazzolla (1921-1992) significó una nueva etapa en el tango, dando paso a una novedosa propuesta musical que si bien en un principio fue criticada por sectores de la antigua guardia, terminó por imponerse. En ese sentido fue bastante complicado lograr que su propuesta pudiera ser considerada, pero finalmente se impuso su calidad musical, llegando a ser destacado como uno de los músicos más notables del siglo XX. En su oportunidad, sobre las críticas, Piazzolla expreso: “Sí, es cierto, soy un enemigo del tango; pero del tango como ellos lo entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires. Somos muchos los que queremos cambiar el tango, pero estos señores que me atacan no lo entienden ni lo van a entender jamás. Yo voy a seguir adelante, a pesar de ellos”. Y así fue, siguió adelante, dejando a su paso composiciones notables como “Adiós nonino”.  “Balada para un loco” en conjunto con Horacio Ferrer, “Los pájaros perdidos”, “Balada para mi muerte”, etcétera. También compuso suites, operetta, conciertos y música para películas. Así como música para piano y guitarra.

En su carrera Piazzolla fue parte importante de la orquesta de Aníbal Troilo hasta que se marcho en 1944 para tomar rumbos propios. En 1954 viajo a Europa donde realizó estudios con Nadia Boulanger, la gran maestra francesa, cuya influencia fue fundamental. Ya de regreso en Buenos Aires formó el “Octeto de Buenos Aires”. En sus composiciones incorporó elementos del jazz, swing, música clásica y contrapunto. El Octeto funcionaba con bandoneones, violines, violoncello, contrabajo y un instrumento que nadie esperaba, la guitarra eléctrica. La crítica no se dejó esperar y Piazzolla fue motejado incluso como “el asesino del tango”. En 1958 viajó a Estados Unidos donde grabó dos discos de “jazz-tango”, como los definió. Posteriormente formó el “Quinteto Nuevo Tango” y “Nuevo Octeto”, grabando sus principales composiciones y alcanzando gran popularidad, atrás iban quedando los días de brutal crítica a su novedoso estilo de hacer música para tango. En 1967 comienza su trabajo con el poeta Horacio Ferrer, dando a luz notables creaciones.

Tras unos años en Italia, Piazzolla volvió a Buenos Aires, pero permaneciendo en viaje por distintos lugares del mundo y acrecentando cada vez más su fama. En 1990, estando en París sufrió una trombosis de la que no logró recuperarse, falleciendo finalmente en Buenos Aires el 4 de julio de 1992, como en el tango “Balada para mi muerte”: “Moriré en Buenos Aires, será de/ madrugada./ Guardare, mansamente, las cosas de vivir./ Mi pequeña poesía de adioses y de balas,/ mi tabaco, mi tango, mi puñado de splin./ Me pondré por los hombros, de abrigo,/ todo el alba;/ mi penúltimo whisky quedará sin beber./ Llegará tangamente, mi muerte enamorada,/ Yo estaré muerto, en punto, cuando sean/ las seis”.

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